PROFESIONAL: PABLO AVILÉS
La gente a veces me pregunta: “¿Y tú qué haces en un centro de día con personas mayores? ¿Los entretienes para que no se aburran? ¿Solo les hacéis compañía porque ya no entienden nada?” Pobres ignorantes… no saben de lo que son capaces nuestros abuelos.
La base de mi trabajo es clara: la ciencia manda. Aquí no se trata de inventar dinámicas raras o de hacer ejercicios “porque me parecen divertidos”. Intento que cada actividad tenga detrás algo más que buenas intenciones: evidencia científica. Si alguien quiere humo, que se vaya al horóscopo del periódico.
Y como la vida no es estática, tampoco lo es el trabajo con nuestros mayores. No vale hacer una evaluación en enero y darla por válida hasta Navidad. Hay que medir, revisar y ajustar continuamente. Si algo funciona, lo potenciamos; si no, lo cambiamos. Así de simple (y de complicado a la vez).
Eso implica que no existe un material único que sirva para todos. Lo que le engancha a un usuario puede aburrir soberanamente a otro. Mi tarea es adaptar, recortar, remezclar y reinventar lo que haga falta, tratando de aprender de los fallos por el camino.
Aquí todo requiere evaluación constante. Porque las personas cambian, sus capacidades cambian, y lo que les sirve hoy puede no servir mañana. Así que monitorizo, ajusto y vuelvo a monitorizar.
Y, ojo, que no trabajo solo con los usuarios. Aquí las familias son parte del equipo. La cercanía con los familiares es fundamental: escucharles, orientarles, a veces darles un tirón de orejas cariñoso, y otras simplemente acompañarles en este camino. Porque sin ellos, la intervención se queda coja.
En resumen: mi papel en el centro es una mezcla de ciencia, creatividad, paciencia infinita, cariño y un poco de humor ácido (que siempre ayuda). No hago milagros, pero sí pongo todo para que nuestros mayores mantengan su autonomía, su memoria y, sobre todo, sus ganas de seguir viviendo con dignidad.
